
La exdiputada del PP, Teresa Bravo, ha concluido hace unos días el curso rápido para ser concejal en el que han participado decenas de ediles electos por esta formación política en Extremadura. Intuyo que el PSOE hará lo propio organizando un máster acelerado sobre cómo estar en la oposición y no morir en el intento. Ironías aparte, los socialistas tienen ante sí un sombrío panorama que va a provocar antes o después una fractura política de calado que, por extensión, va a alcanzar a quienes se encuentran a su izquierda.
El pulso que la sociedad extremeña le ha echado a IU por culpa del destino ha servido para demostrar, al menos, dos cosas. La primera es que Izquierda Unida no está tan unida como aparenta y su decisión de apoyar la lista del PP le va a pasar factura a su coordinador regional, Pedro Escobar; pero no por apoyar a los populares, sino por haberse dejado convencer por Cayo Lara y expresar públicamente su respaldo al socialista Guillermo Fernández Vara. La segunda es que, por primera vez, Extremadura ha plantado cara a Madrid; la última comunidad, la del furgón de cola, la de la emigración y el paro, ha sacado pecho ante la corte de villanos desplazada desde la capital de España a la Mérida romana para imponer su criterio.
El PSOE ha sabido disimular con mayor o menor acierto la escisión interna que arrastra desde el 22-M prestando oídos sordos a las acusaciones lanzadas por el expresidente Rodríguez Ibarra y templando los ánimos de quienes se sienten traicionados por algunos guiños que se han hecho a IU. El nuevo mapa político regional deja un lastre para los socialistas y pone en la encrucijada a Fernández Vara, que ha protagonizado uno de los mandatos más efímeros –sólo cuatro años- que se contabilizan entre los presidentes regionales.
Pero el apoyo de IU tampoco le va a salir gratis al futuro presidente, José Antonio Monago (PP), obligado a renunciar a buena parte de su programa electoral para mantener el equilibrio político durante los próximos cuatro años. Escobar está obligado a forzar situaciones límites para reconducir ideológicamente a IU, rentabilizar su decisión y, sobre todo, explicar a la sociedad que lo que ha hecho era lo mejor que se podía hacer. Se han abierto las ventanas; ahora está por ver el aire que entra.