Hemos llegado a padecer una situación, esta de hoy en día, en la que resulta difícil diferenciar en un medio lo que el periodista nos cuenta de aquello que se ve obligado a contar. Tan importante es discernir información de opinión como información de publicidad, pero ya no es posible que un lector u oyente establezca diferencias porque los medios camuflan interesadamente aquello que les resulta propicio.
Los anunciantes de un medio de comunicación, lejos de ser meros espectadores de su inversión, parecen actuar, en numerosos casos, como accionistas del periódico o emisora que les protege y ampara; es cuando presumen de "tenerle comprado". Se trata de una "adquisición temporal" del medio que se prolongará en función de la duración del contrato publicitario. El anunciante, hoy en día generalmente político, toma las riendas de un negocio que le debería resultar ajeno por el simple hecho de tener la oportunidad de contribuir con el dinero de todos a pagar las nóminas del medio.
A tan humillante situación contribuyen, con mayor o menor aceptación, los periodistas, que son el vehículo que intenta dar credibilidad a un hecho ante el receptor para transformar la información en publicidad y la opinión en información. De este modo no se garantizan ni pluralidad ni independencia, pero sí subsistencia y salarios, que al fin y al cabo es lo que cuenta.
Hace ya mucho tiempo que descubrí que el oficio de periodista no es tan noble como creía. Los informadores se hacen eco de miles de hechos pero ignoran los que les rodean con el falso ideario de que el periodista nunca es noticia.
Al periodista, en la actualidad humillado, maltratado, vapuleado profesional y éticamente, se le escapa su profesión por falta de empresarios con dignidad y por la escasez de medios económicos que nos toca vivir. A las empresas periodísticas les queda por delante el noble oficio de anteponer los intereses periodísticos a los comerciales jugando sus bazas con la inteligencia y profesionalidad suficiente como para que no se resquebraje el porvenir de quienes de ella dependen y sin tirar la dignidad del informador por los suelos.
Los anunciantes de un medio de comunicación, lejos de ser meros espectadores de su inversión, parecen actuar, en numerosos casos, como accionistas del periódico o emisora que les protege y ampara; es cuando presumen de "tenerle comprado". Se trata de una "adquisición temporal" del medio que se prolongará en función de la duración del contrato publicitario. El anunciante, hoy en día generalmente político, toma las riendas de un negocio que le debería resultar ajeno por el simple hecho de tener la oportunidad de contribuir con el dinero de todos a pagar las nóminas del medio.
A tan humillante situación contribuyen, con mayor o menor aceptación, los periodistas, que son el vehículo que intenta dar credibilidad a un hecho ante el receptor para transformar la información en publicidad y la opinión en información. De este modo no se garantizan ni pluralidad ni independencia, pero sí subsistencia y salarios, que al fin y al cabo es lo que cuenta.
Hace ya mucho tiempo que descubrí que el oficio de periodista no es tan noble como creía. Los informadores se hacen eco de miles de hechos pero ignoran los que les rodean con el falso ideario de que el periodista nunca es noticia.
Al periodista, en la actualidad humillado, maltratado, vapuleado profesional y éticamente, se le escapa su profesión por falta de empresarios con dignidad y por la escasez de medios económicos que nos toca vivir. A las empresas periodísticas les queda por delante el noble oficio de anteponer los intereses periodísticos a los comerciales jugando sus bazas con la inteligencia y profesionalidad suficiente como para que no se resquebraje el porvenir de quienes de ella dependen y sin tirar la dignidad del informador por los suelos.
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